Más que intencionales los textos que conforman este espacio son actos reflejos. Generalmente tengo noción sobre su transfondo ya luego de haberlos terminado. Su óptica es la de un ciudadano que por diversos motivos de repente necesita “opinar”.

Igual hay que elegir...

Se acerca el momento de optar por uno de los dos finalistas a la presidencia del país (aunque al decirlo pareciera estuviera refiriéndome a un espectáculo, a un nocturno y sabatino espectáculo televisivo antes que a un hecho político-social de envergadura para cualquier peruano).

El hecho de ir a votar con determinación es un deber con el Perú, no con un familiar, o con un amigo, o por intereses económicos, como tanto se ve entre muchachos recién egresados y hasta en octogenarios nada jubilados; más aún, si vemos el asunto con perspectiva, un único voto no determina un triunfo presidencial pero si el tipo de relación ética que cada quien tiene consigo mismo, así sea en la intimidad de una cámara secreta que nadie podría abordar.

Bien mirado, ni el más perspicaz pareciera darse cuenta que nuestros representantes son hermanos gemelos en cuanto a escasez de espíritu cívico con muchos de nuestros vecinos, conocidos, amigos, o inclusive seres más cercanos; diversos de nuestros conciudadanos, al menos en lo que se refiere a placeres y debilidades, son idénticos a nuestros grandes protectores del bienestar general; se trata ya de escalas, para precisar un poco el punto.

Por lo demás, la política se encuentra tan corrompida que un mar de personas incrédulas de los presentes “finalistas” -que de “candidatos” tienen menos, seamos francos- deberemos votar por necesidad; ciertísimo que ahora se elegirá entre lo que no se quisiera elegir pues de lo contrario sobrevendría, ya reconsiderando, ¡para colmo de los colmos!, algo aún peor.

Con todo y eso, así nos haya hecho maldecir a gritos la especie de encrucijada en donde se ha venido a parar, pasada la tormenta tenemos que “elegir” en toda la extensión de la palabra, como ciudadanos convencidos de la autenticidad y relevancia personal de nuestra participación, una participación regida antes que por gustos por la razón, no como fanáticos ni resentidos, o simples pasotas caprichosos, sino como ciudadanos con identidad, capaces de respaldar pareceres y políticas diferentes siempre y cuando se respete la libertad y economía que garantiza un nivel pluralista e igualitario de vida, es decir con tal que estén acorde con los parámetros de la democracia; ¡al final de cuentas aún somos y seríamos libres!, quizá no como en una “consolidada democracia” pero algo libres para resolver qué camino tomar, para alcanzarla con una actitud de día a día como se ve en otros países, todo antes que esclavos de un sistema impositor hasta de qué se debería pensar.

Nuestra constitución acaso no sea la ideal ni estaría bien tampoco jamás fuera perfeccionada, pero ella evita posibles excesos de parte de quienes mandan, los coloca bajo ciertos principios, dentro de normas restrictivas supranacionales, en dos palabras nos protege del domino de cualquier totalitarismo de esos tan diversos por aquí y por allá; asimismo respalda los Derechos Humanos y las garantías sociales, civiles y políticas; al final nuestra Carta Magna es un logro multidimencional, una muestra transparente de nuestro avance como sociedad, por encima de lo infructíferas que son distintas reglas y decretos, o lo mal llevados a la práctica éstos, y al margen de la impunidad atacando la legalidad y legitimidad del sistema jurídico desde todos los flancos, igual sabemos lo que ya poseemos (y que no podemos darnos el lujo de perder).

Quien sea que gane la presidencia de la república del Perú deberá considerar lo poco que al fin y al cabo se ha conseguido, y bajo esos pilares combatir la ignorancia y la miseria, que son en sí los dos ingentes flagelos. Por eso es buen tiempo también para repensar, para  reformularnos acerca de la clase de ciudadanos que somos, y sobre las cosas que podríamos siquiera intentar cambiar, después de todo no hay que olvidar en nuestras manos se encuentran -sino los políticos que tenemos- sí los que podemos lograr algún día tener.